El recorrido por las calles adoquinadas de Las Herrerías conduce inexorablemente al pasado, de cuando el sector era un tambo de los visitantes que llegaban del sureste, el hogar en el que ha transcurrido el oficio y la vida de decenas de herreros.
La tradición de Las Herrerías se ha fundido, de manera casi literal, con el hierro. Este ha sido el sector donde se han ubicado históricamente los talleres de los artesanos que forjan el metal para convertirlo en herraduras, cruces, bisagras, cinceles, azadones, lampas, barretas y una variedad de objetos cuya finitud puede hallar sus límites solo en la creatividad.
El romance de Las Herrerías con el tiempo y con la ciudad surge en la colonia. El oficio nació de la coyuntura, de la oportunidad, dado que la calle era el tambo de los comerciantes que arribaban a la ciudad desde el sureste para desempeñar sus actividades aquí en la urbe. Mientras ellos hacían sus vueltas, sus negocios, aprovechaban para renovar o ajustar las herraduras de sus caballos en los talleres que, en decenas, estaban dispuestos a lo largo de la vía.
Nuevo nombre Los herreros se convirtieron en tradición, y esta tradición se enraizó en la cultura local. Por eso la calle que en sus inicios se llamaba Antonio Valdiviezo, después se transformó en Las Herrerías. Pero, como muchas de las viejas tradiciones, este oficio está en peligro de extinción. Varios talleres han cerrado con el paso del tiempo a causa de una ruptura generacional y de la industrialización del hierro.
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